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Archive for 5 de septiembre de 2010

LA REALIDAD VIAJA ENTRE LÍNEAS

Lo llamaban Cirilo, sin saber que ese nombre es una variante de Ciro, el gran señor, en griego Kyrios. Aunque es evidente que él lo intuía, a juzgar por su talante: mamífero autárquico, coeficiente intelectual llamativo, submarinista de economías flotantes, persuasivo, audaz e irónico, aspirante a embajador… Durante la primera globalización destacó por su tendencia a leer entre líneas. Desde que Harold Bloon certificó que Cervantes escribió el Quijote entre líneas, adoptó él la costumbre de leerlo todo, prensa, acuerdos del Fondo Monetario, decretos de la Unión Europea, estadísticas, encuestas, sondeos, recetas, menús, facturas y prospectos, por el sistema cervantino, método que le permitiría, calculó, profundizar hasta las raíces de la información para alcanzar grado de especialista e intervenir en tertulias y mentideros de alto nivel. Si siente usted curiosidad por conocer en qué consistía la técnica de su lectura interlineal, escuche al propio Cirilo en su ensayo Realidad entre líneas: Leer entre líneas es un ejercicio especulativo encaminado a sobrentender lo no explícito; a colegir o adivinar, a sacar consecuencias, a deducir algo de otra cosa. Si al leer el menú del día, descubre usted fantasías como: “ensalada de primavera”, “pescado del día”, “churrasco de ternera” (simples eufemismos para entusiasmar al hambriento), la lectura interlineal del condumio le pondrá en evidencia que, si el precio del menú es irrisorio, los alimentos citados son una birria. Si al intentar conocer la información del prospecto de un producto alimenticio, redactado en tipografía diminuta e ilegible, lee: “Consumir preferentemente antes de”¿Qué diablos quiere decir preferentemente? ¿Conoce a alguien capaz de descifrar el alcance de tan cacareada preferencia? Pues ya me dirá usted, si lee en la prensa declaraciones, acuerdos, respaldos oficiales a corruptos, conclusiones de congresos, estadísticas y demás, sin interlinearlo previamente con datos objetivos.

El hábito de lectura subjetivo-interlineal influyó en el modo de ser de Cirilo, destacando por sus imprevisibles salidas de tono. Mientras le arreglaban el pelo, silbaba todo el rato la banda sonora de El puente sobre el río Kwait., con tal denuedo que el peluquero se entristecía: por favor, don Cirilo; no puedo oír el móvil. Cuando se apeaba de un autobús, se despedía de viajeros desconocidos con frases que rozaban la ternura: ¿por qué separarnos? ¿no podríamos continuar todos juntos? Siempre llevaba la voz cantante y los oídos abiertos. Y cuando por a o por b decaía la conversación, para verse libre de rollos patateros, adoptaba un tono confidencial multiuso: Seguro que alguno de vosotros todavía no tiene idea clara sobre el IVA. Y al momento iniciaba un discurso: Lo que conocemos actualmente como IVA, en las antiguas civilizaciones egipcia y ateniense existía como impuesto a las ventas. Después de la primera guerra mundial apareció en la legislación de muchos países y se fue generalizando. El público comenzaba a desfilar con gestos de asentimiento; pero raramente faltaba la mosca cojonera pegada al respaldo del orador dispuesta a preguntar, momento que Cirilo aprovechaba para adentrarse la zona ferruginosa del IRPF, y con acento escatológico, como si fuera a narrar un escándalo político reciente, continuaba: En los ordenamientos tributarios de hoy en día, el impuesto sobre la renta es el pilar más significativo del sistema tributario. El IRPF no es una excepción, teniendo una gran relevancia cuantitativa y recaudatoria.

Cualquier palurdo le interrumpía: ¿y qué es el IRP, Cirilo? A lo que contestaba lacónico: ¡El IRPF, coño! Te has comido una efe mayúscula, majadero. Y haciendo mutis, desaparecía con un abacial ¡Buenas noches nos dé Dios! Su costumbre de analizar ambigüedades, calibrar acepciones y despejar sinónimos, talló su personalidad con un estilo inconfundible, habituándolo a percibir la realidad en periódicos, palabras, gestos, miradas, risas, silencios… con prisma distinto al de la masa, en todo tiempo y lugar. La prensa rosa y la amarilla se hicieron eco del cirio que armó una tarde de mayo en la consulta del traumatólogo. Entró en la sala de espera y al verla llena de pacientes silenciosos, preguntó asombrado: Perdonen, ¿es esto un velatorio? No, señor, respondió airada una señora, mientras un joven soltaba la carcajada, momento en que el recién llegado, todavía de pié, se arrancó en cante jondo: ¡Ay garrotín, ay garrotán! que de la vera, vera, vera de San Juan. Qué firmeza no tendría el querer que puse en ti, que cuando tu me olvidaste, la muerte sentí venir. ¡Ay garrotín, ay garrotán! que de la vera, vera, era de San Juan.

Alarmada por el batidillo, entró en la sala la enfermera seguida del traumatólogo, quien se dirigió a Cirilo contundente: ¡Esta es la consulta del traumatólogo, no la del neurólogo! Perdone, Señor Trauma, repuso el interpelado; y saludando a las visitas una a una, tomó asiento, al tiempo que una mujer, toda de rojo, abandonaba la sala para entrar en la consulta. No tardó en volver a la carga el cantaor, señalando la puerta con un si es no es de picarón: ¿Se han fijado ustedes en la señora o señorita de rojo? ¡Mamma mía! ¡Qué culo cartaginés! Las visitas estallaron con una carcajada que hizo vibrar la cristalera, tanto, que médico y enfermera entraron de nuevo en la sala, esta vez con miradas de basilisco, pero como todos reían, a quién podían regañar…

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